Llegó la hora de la cena. Nos despedimos de La Mamma, el chófer y Elizabeth y partimos hacia el Imprevist. Llegaron Ferran (con su culo ya en perfectas condiciones) y Grager. Como memoria nos falló, sólo éramos nueve y no nos quisieron servir el menú de grupo que había pactado. Nos complicaron la vida con la libertad que otorga una carta completa… (que no estamos acostumbrados a elegir, ya se sabe…). Mi sucio socio Burdon siempre siempre tiene que pedir lo mismo que yo, y tuve que compartir con él la ensalada, dejar mi asiento de platea para acomodarme en el segundo anfiteatro de mi perdición.
Sí, así empezó a joderse mi noche, por una ensalada de rúcula que ni siquiera le gustó. Volvía a estar yo en un extremo, frente al ruido de las otras mesas y la música (que imagino debía sonar). Las voces de los compañeros de mesa empezaron a desdibujarse en el aire. No es fácil leer los labios a los desconidos y mi cabeza se iba aislando entre mi congestión y mi hipoacústica.
Y así pasé de ser Madame Lupara a ser Madame "Què ha dit ara?" Todo esto, más o menos, en el mismo momento en Ferran decidió devolverme mi interés por su culo (Interés sincero, sin malacia de ningún tipo y que ya habíamos expresado todos en el Glaciar tras comentar los detalles de los que faltaban a la cita. Su post sobre su incidente en la nieve nos había divertido mucho. Es cierto, yo me reí de sus males, pero…… ¡no fuí la única, Ferran!) Mi toma de posesión se truncaba definitivamente.
Intenté conseguir la ayuda de Grager (situado en el enclave estratégico de la otra punta de la mesa), brindándole la receta de las empanadillas chilenas que le debía, no sirvió. Alhua tampoco me editaba los subtítulos, demasiado preocupada en "sentarse a pensar como una foto en la pared y no respirar, pa no hacer ruido". Comenzó el festival del humor: que si aquel alemán que se llamaba Oto Rino, que si trompetilla, que si ¿qué, qué?, ¿eh?, ¿eh? Kizz, felicitándome -entre carcajada y carcajada- por lo bien que me lo estaba tomando. Burdon, abandonándome a mi suerte… ¿Dónde estaba La Mamma?
Aguanté el tirón y salimos del restaurante. La moral por los suelos, el parche tirado en una esquina, el bate incrustado en mi amor propio. Pensé que el cambio de decorado ayudaría a distraer la atención, pero no fué así. Ni siquiera me pagaron una copa…